sexta-feira, 4 de outubro de 2013

VATICANISTA REVELA RUPTURA DA 'CONTINUIDADE' COM BERGOGLIO


“Sua missão [do Papa Francisco] contém duas novidades escandalosas: a Igreja pobre de Francisco, a Igreja horizontal de Martini. E ainda uma terceira: a de um Deus que não julga, mas que perdoa. Ninguém mais é condenado, já não há inferno”. 
É assim que Scalfari, ateu professo e fundador de LA REPPUBLICA, define o Papa Francisco, após o intercâmbio epistolar e a sequência de colóquios que teve com o Pontífice. 
“Até agora, na cátedra de Pedro, jamais houve uma abertura tão ampla em relação à cultura laica moderna, nem uma visão tão profunda sobre a consciência e a sua autonomia”.Ao afirmá-lo, Scalfari referia-se de modo particular àquilo que o Papa Francisco escrevera sobre o primado da consciência. 
Contudo, na sequência de colóquios que mantiveram, o Papa Francisco foi ainda mais drástico, reduzindo a consciência a um ato subjetivo:“Cada um de nós tem a sua própria visão de bem e de mal, e deve decidir-se por seguir o bem e lutar contra o mal, conforme cada um de nós concebe. Isso seria suficiente para mudar o mundo”. NO QUE DIZ RESPEITO À MISSA TRIDENTINA, soube-se que, em conversas com visitantes, o próprio Ratzinger considerou a restrição à Missa Tridentina[episódio dos Frades da Imaculada] um “vulnus”[fenda, rachadura] no Motu Proprio publicado em 2007.


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El cambio de Francisco

Ha desvelado el verdadero programa de su pontificado en dos entrevistas y una carta a un intelectual ateo. Respecto a los Papas que le han precedido, la separación es cada vez más neta, tanto en las palabras como en los hechos


ROMA, 3 de octubre de 2013 – La primera reunión en estos días de los ocho cardenales llamados a consulta por el Papa Francisco, y su visita mañana a Asís, la ciudad del Santo del que ha tomado el nombre, son actos que, ciertamente, caracterizan este inicio de pontificado.
Pero lo que más ha caracterizado la definición de su línea han sido cuatro acontecimientos mediáticos del mes pasado:
- la entrevista del Papa Jorge Mario Bergoglio  en “La Civiltà Cattolica”,
- su carta de respuesta a las preguntas que le ha dirigido públicamente Eugenio Scalfari (en la foto), fundador del principal periódico laico italiano, “la Repubblica”,
- el sucesivo coloquio-entrevista con el mismo Scalfari
- y la otra carta, respuesta a otro campeón del ateísmo militante, el matemático Piergiorgio Odifreddi, escrita no por el Papa actual sino por su predecesor, el Papa emérito.
La persona interesada en entender qué dirección quiere tomar Francisco y en que se distancia de Benedicto XVI y de los otros Papas que le han precedido, sólo tiene que estudiar y confrontar estos cuatro textos. 

En la entrevista del Papa Bergoglio en “La Civiltà Cattolica” hay un pasaje que ha sido percibido universalmente como un claro cambio de línea, no sólo respecto a Benedicto XVI, sino también a Juan Pablo II:
“No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo no he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar. Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús. Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio”.
Sin duda, el Papa Francisco es muy consciente de que también para los dos Papas que le han precedido la prioridad absoluta era el anuncio del Evangelio; que para Juan Pablo II la misericordia de Dios era tan esencial que le dedicaba un domingo del año litúrgico; que Benedicto XVI escribió precisamente sobre Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, el libro de su vida como teólogo y pastor; que, en resumen, nada de todo esto le divide de ellos.
Francisco sabe también que la misma consideración vale para esos obispos que, más que otros, han actuado en sintonía con los dos Papas que le han precedido. En Italia, por ejemplo, el cardenal Camillo Ruini, cuyo “proyecto cultural” se ha desarrollado con eventos fundados en Dios y en Jesús.
Sin embargo, tanto para Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, como para pastores como Ruini o en los Estados Unidos los cardenales Francis George y Timothy Dolan, existía la intuición de que el anuncio del Evangelio, hoy, no podía separarse de una lectura crítica acerca de la nueva visión del hombre que se estaba desarrollando, – en radical contraste con el hombre creado por Dios a su imagen y semejanza – y, por tanto, de la consiguiente acción de guía pastoral
Es aquí donde el Papa Francisco se separa. En su entrevista en “La Civiltà Cattolica” hay otro pasaje clave. Cuando el padre Antonio Spadaro le pregunta sobre el actual “desafío antropológico”, él responde de manera elusiva. Muestra no aferrar la gravedad histórica del cambio de civilización analizado y contestado con fuerza por Benedicto XVI y, antes, por Juan Pablo II. Muestra su convencimiento de que vale más responder a los desafíos del presente con el simple anuncio del Dios misericordioso, ese Dios “que hace surgir su sol sobre los malos y los buenos, y que hace llover sobre los justos y los injustos”.
En Italia, pero no sólo en este país, fue el cardenal y jesuita Carlo Maria Martini  la persona que representaba esta tendencia alternativa a Juan Pablo II, a Benedicto XVI y al cardenal Ruini.
En los Estados Unidos esta tendencia la representaba el cardenal Joseph L. Bernardin, antes de que el liderazgo de la conferencia episcopal pasara a los cardenales George y Dolan, muy fieles a Wojtyla y Ratzinger.
Los seguidores y animadores de Martini y Bernardin ven hoy en Francisco al Papa que da cuerpo a sus expectativas de revancha.
Y del mismo modo que el cardenal Martini era y sigue siendo muy popular también entre la opinión pública externa y hostil a la Iglesia, asimismo sucede con el Papa actual.
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El intercambio epistolar y el sucesivo coloquio entre Francisco y el ateo profeso Scalfari ayudan a explicar esta popularidad del Papa también “in partibus infidelium”.
Un pasaje del artículo del 7 de agosto pasado, en el cual Scalfari le dirigía unas preguntas, nos muestra la idea positiva que el fundador de “la Repubblica” se había hecho del Papa actual:
“Su misión contiene dos novedades escandalosas: la Iglesia pobre de Francisco, la Iglesia horizontal de Martini. Y una tercera: un Dios que no juzga, sino que perdona. No hay condena, no hay infierno”.
La carta de respuesta del Papa Bergoglio, recibida y publicada, ha sido comentada por Scalfari, quien ha añadido esta otra consideración grata:
“No se había visto nunca hasta ahora, en la cátedra de Pedro, una apertura hacia la cultura moderna y laica de esta amplitud, una visión tan profunda entre la conciencia y su autonomía”.
Cuando afirmaba esto, Scalfari se refería en particular a lo que el Papa Francisco le había escrito sobre el primado de la conciencia:
“La cuestión está en obedecer a la propia conciencia. El pecado, también para quien no tiene fe, existe cuando se actúa contra la conciencia. Escuchar y obedecer a la conciencia significa, de hecho, decidirse frente a lo que es percibido como bien o como mal. Y sobre esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestro actuar”.
El Papa Francisco no había añadido nada más. Y algunos lectores astutos se preguntaron cómo se podía unir esta definición tan subjetiva de la conciencia, -según la cual el individuo aparece como la única instancia de la decisión -, con la idea de conciencia como camino del hombre hacia la verdad, idea profundizada durante siglos de reflexión teológica, desde Agustín a Newman, y confirmada con fuerza por Benedicto XVI.
Pero en el sucesivo coloquio con Scalfari, el Papa Francisco ha sido aún más drástico reduciendo la conciencia a un acto subjetivo:
“Cada uno de nosotros tiene su propia visión del bien y del mal, y debe elegir seguir el bien y combatir el mal como él mismo conciba. Bastaría esto para cambiar el mundo”.
No sorprende, por tanto, que el ilustrado ateo Scalfari haya escrito que “compartía perfectamente” estas palabras de Bergoglio sobre la conciencia.
Como tampoco nos sorprende su acogida complacida de estas otras palabras del Papa, casi un programa del nuevo pontificado, o sea, “el problema más urgente que la Iglesia tiene ante sí”:
“Nuestro objetivo no es el proselitismo, sino escuchar a los necesitados, a los deseosos, las desilusiones, la desesperación, la esperanza. Tenemos que devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los ancianos, abrir al futuro, difundir el amor. Pobres entre los pobres. Tenemos que incluir a los excluidos y predicar la paz. El Vaticano II, inspirado por el Papa Juan y por Pablo VI, decidió mirar al futuro con espíritu moderno y abrirse a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la cultura moderna significaba ecumenismo religioso y dialogo con los no creyentes. Se hizo muy poco después en esta dirección. Yo tengo la humildad y la ambición de querer hacerlo”.
No hay nada en este programa de pontificado que no sea aceptado por la opinión laica dominante. También el juicio de que Juan Pablo II y Benedicto XVI han hecho “muy poco” para abrir al espíritu moderno está en línea con dicha opinión. El secreto de la popularidad de Francisco está en la generosidad con la que se concede a las expectativas de la “cultura moderna”, y en la astucia con la que evita aquello que puede convertirse en signo de contradicción.
También en esto él se separa decididamente de sus predecesores, incluido Pablo VI. Hay un pasaje en la homilía del que era entonces arzobispo de Múnich, Ratzinger, y que pronunció a la muerte del Papa Giovanni Battista Montini, el 10 de agosto de 1978, que es extraordinariamente esclarecedor, también por su llamamiento a la conciencia “que se mide sobre la verdad”:
“Un Papa que hoy no sufriera críticas fracasaría en su tarea ante este tiempo. Pablo VI ha resistido a la telecracia y a la demoscopia, las dos potencias dictatoriales del presente. Pudo hacerlo porque no tomaba como parámetro el éxito y la aprobación, sino la conciencia, que se mide según la verdad, según la fe. Es por esto que en muchas ocasiones buscó el acuerdo: la fe deja mucho abierto, ofrece un amplio espectro de decisiones, impone como parámetro el amor, que se siente en obligación hacia el todo y, por tanto, impone mucho respeto. Por ello pudo ser inflexible y decidido cuando lo que se ponía en juego era la tradición esencial de la Iglesia. En él, esta dureza no se derivaba de la insensibilidad de aquellos cuyo camino lo dicta el placer del poder y el desprecio de las personas, sino de la profundidad de la fe, que le hizo capaz de soportar las oposiciones”.
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Confirmando lo que separa al Papa Francisco de sus predecesores ha llegado la carta con la que Ratzinger-Benedicto XVI – rompiendo su silencio tras la dimisión – ha respondido al libro “Caro papa, ti scrivo” (“Estimado Papa, te escribo”) publicado en 2011 por el matemático Piergiorgio Odifreddi.
Los dos últimos Papa dialogan gustosamente con ateos profesos y líderes laicos de opinión, pero lo hacen de forma muy distinta. Si por su parte Francisco esquiva las piedras del escándalo, Ratzinger, en cambio, las resalta.
Basta leer este pasaje de su carta a Odifreddi:
“Lo que Usted dice sobre la figura de Jesús no es digno de su rango científico.  Si Usted plantea la cuestión como si de Jesús, en fondo, no se supiera nada y de Él, como figura histórica, nada fuese comprobable, entonces sólo puedo invitarle, de modo decidido, a que se vuelva Usted un poco más competente desde el punto de vista histórico. Para esto le recomiendo, sobre todo, los cuatro volúmenes que Martin Hengel (exegeta de la Facultad Teológica Protestante de Tübingen) ha publicado junto a Maria Schwemer: es un excelente ejemplo de precisión y de amplísima información histórica. Frente a esto, lo que Usted dice sobre Jesús es un hablar irreflexivo que no debería repetir. Que en la exegesis se hayan escrito también muchas cosas poco serias es, desgraciadamente, un hecho incontestable. El seminario americano sobre Jesús que Usted cita en las páginas 105 y siguientes confirman, de nuevo, lo que Albert Schweitzer había observado sobre la Leben-Jesu-Forschung (investigación sobre la vida de Jesús), es decir, que el llamado ‘Jesús histórico’ es generalmente el espejo de las ideas de los autores. Dichas formas fallidas de trabajo histórico no comprometen, sin embargo, la importancia de la investigación histórica seria, que nos ha llevado a conocimientos verdaderos y seguros sobre el anuncio y la figura de Jesús”.
Y más adelante:
“Si Usted quiere sustituir a Dios con ‘La Naturaleza’, queda la pregunta quién o qué es esta naturaleza. En ningún sitio Usted la define y parece, por tanto, como una divinidad irracional que no explica nada. Sin embargo, quisiera sobre todo señalar que en su religión de la matemática no se consideran tres temas fundamentales de la existencia humana: la libertad, el amor y el mal. Me maravillo que Usted, con un solo gesto, liquide la libertad que, sin embargo, ha sido y es el valor portante de la época moderna. El amor, en su libro, no aparece y tampoco sobre el mal hay ninguna información. Cualquier cosa que la neurobiología diga o no diga sobre la libertad, en el drama real de nuestra historia ella está presente como realidad determinante, y debe ser tomada en consideración. Pero su religión matemática no conoce ninguna información sobre el mal. Una religión que deja de lado estás preguntas fundamentales se queda vacía”.
“Mi crítica a su libro en parte es dura. Pero la franqueza forma parte del diálogo; sólo así puede crecer el conocimiento. Usted ha sido muy franco y aceptará que yo también lo sea. No obstante, en cualquier caso, valoro de manera muy positiva el hecho de que Usted, mediante su confrontación con mi ‘Introducción al cristianismo’, haya buscado un diálogo tan abierto con la fe de la Iglesia católica y que, a pesar de todos los contrastes, en el ámbito central, no falten del todo las convergencias”.
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Hasta aquí las palabras. Pero lo que distancia entre ellos a los dos Papas son también los hechos.
La prohibición conminada por el Papa Bergoglio a la congregación de los frailes franciscanos de la Inmaculada de celebrar la misa en rito antiguo ha sido una efectiva restricción de esa libertad de celebrar en dicho rito que Benedicto XVI había asegurado a todos.
Por conversaciones con sus visitantes, resulta que el mismo Ratzinger ha visto en dicha restricción un “vulnus” a su motu proprio del 2007 “Summorum pontificum”.
En la entrevista a “La Civiltà Cattolica”, Francisco ha liquidado la liberalización del rito antiguo decidida por Benedicto XVI como una simple “elección prudencial ligada a la ayuda hacia algunas personas que tienen esta sensibilidad”, cuando en cambio la intención explícita de Ratzinger – expresada a su tiempo en una carta a los obispos de todo el mundo – era que “las dos formas de uso del rito romano puedan enriquecerse mutuamente”.
En la misma entrevista Francisco ha definido la reforma litúrgica postconciliar “un servicio al pueblo como relectura del Evangelio a partir de una situación histórica concreta”. Definición fuertemente reductiva respecto a la visión de la liturgia que era propia de Ratzinger teólogo y Papa.
Además, siempre en este campo, Francisco ha sustituido en bloque, el pasado 26 de septiembre, los cinco consultores de la oficina de las celebraciones litúrgicas papales.
Entre los sustituidos está, por ejemplo, el padre Uwe Michael Lang, un liturgista a quien el mismo Ratzinger escribió el prólogo del libro más importante, dedicado a la orientación “al Señor” de la oración litúrgica.

En cambio, entre los liturgistas promovidos hay figuras mucho más inclines a secundar el estilo celebrativo del Papa Francisco, también éste visiblemente alejado de la inspirada “ars celebrandi” de Benedicto XVI.

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