“Sua
missão [do Papa Francisco] contém duas novidades escandalosas: a Igreja pobre
de Francisco, a Igreja horizontal de Martini. E ainda uma terceira: a de um
Deus que não julga, mas que perdoa. Ninguém mais é condenado, já não há
inferno”.
É
assim que Scalfari, ateu professo e fundador de LA REPPUBLICA, define o Papa
Francisco, após o intercâmbio epistolar e a sequência de colóquios que teve com
o Pontífice.
“Até
agora, na cátedra de Pedro, jamais houve uma abertura tão ampla em relação à
cultura laica moderna, nem uma visão tão profunda sobre a consciência e a sua
autonomia”.Ao afirmá-lo, Scalfari referia-se de modo
particular àquilo que o Papa Francisco escrevera sobre o primado da
consciência.
Contudo, na sequência de colóquios que mantiveram,
o Papa Francisco foi ainda mais drástico, reduzindo a consciência a um
ato subjetivo:“Cada um de nós tem a sua própria visão de bem e de
mal, e deve decidir-se por seguir o bem e lutar contra o mal, conforme cada um
de nós concebe. Isso seria suficiente para mudar o mundo”. NO QUE DIZ RESPEITO À MISSA TRIDENTINA, soube-se que, em conversas com visitantes, o
próprio Ratzinger considerou a restrição à Missa Tridentina[episódio dos
Frades da Imaculada] um “vulnus”[fenda, rachadura] no Motu
Proprio publicado em 2007.
*** * ***
El cambio de Francisco
Ha desvelado el verdadero programa de su pontificado en dos
entrevistas y una carta a un intelectual ateo. Respecto a los Papas que le han
precedido, la separación es cada vez más neta, tanto en las palabras como en
los hechos
ROMA,
3 de octubre de 2013 – La primera reunión en estos días de los ocho cardenales
llamados a consulta por el Papa Francisco, y su visita mañana a Asís, la ciudad
del Santo del que ha tomado el nombre, son actos que, ciertamente, caracterizan
este inicio de pontificado.
Pero
lo que más ha caracterizado la definición de su línea han sido cuatro
acontecimientos mediáticos del mes pasado:
-
la entrevista del Papa Jorge Mario Bergoglio en “La Civiltà Cattolica”,
-
su carta de respuesta a las preguntas que le ha dirigido públicamente Eugenio
Scalfari (en la foto), fundador del principal periódico laico italiano, “la
Repubblica”,
-
el sucesivo coloquio-entrevista con el mismo Scalfari
-
y la otra carta, respuesta a otro campeón del ateísmo militante, el matemático
Piergiorgio Odifreddi, escrita no por el Papa actual sino por su predecesor, el
Papa emérito.
La
persona interesada en entender qué dirección quiere tomar Francisco y en que se
distancia de Benedicto XVI y de los otros Papas que le han precedido, sólo
tiene que estudiar y confrontar estos cuatro textos.
En la entrevista del Papa Bergoglio en “La Civiltà Cattolica” hay un pasaje que
ha sido percibido universalmente como un claro cambio de línea, no sólo
respecto a Benedicto XVI, sino también a Juan Pablo II:
“No
podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al
matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo no he
hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se
habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos
la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario
estar hablando de estas cosas sin cesar. Las enseñanzas de la Iglesia, sean
dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se
obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para
imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial,
en lo necesario, que, por otra parte es lo que más apasiona y atrae, es lo que
hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús. Tenemos, por tanto, que
encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la
Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura
y el perfume del Evangelio”.
Sin
duda, el Papa Francisco es muy consciente de que también para los dos Papas que
le han precedido la prioridad absoluta era el anuncio del Evangelio; que para
Juan Pablo II la misericordia de Dios era tan esencial que le dedicaba un
domingo del año litúrgico; que Benedicto XVI escribió precisamente sobre Jesús,
verdadero Dios y verdadero hombre, el libro de su vida como teólogo y pastor;
que, en resumen, nada de todo esto le divide de ellos.
Francisco
sabe también que la misma consideración vale para esos obispos que, más que
otros, han actuado en sintonía con los dos Papas que le han precedido. En
Italia, por ejemplo, el cardenal Camillo Ruini, cuyo “proyecto cultural” se ha
desarrollado con eventos fundados en Dios y en Jesús.
Sin
embargo, tanto para Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger, como para pastores como
Ruini o en los Estados Unidos los cardenales Francis George y Timothy Dolan,
existía la intuición de que el anuncio del Evangelio, hoy, no podía separarse
de una lectura crítica acerca de la nueva visión del hombre que se estaba
desarrollando, – en radical contraste con el hombre creado por Dios a su imagen
y semejanza – y, por tanto, de la consiguiente acción de guía pastoral
Es
aquí donde el Papa Francisco se separa. En su entrevista en “La Civiltà
Cattolica” hay otro pasaje clave. Cuando el padre Antonio Spadaro le pregunta sobre
el actual “desafío antropológico”, él responde de manera elusiva. Muestra no
aferrar la gravedad histórica del cambio de civilización analizado y contestado
con fuerza por Benedicto XVI y, antes, por Juan Pablo II. Muestra su
convencimiento de que vale más responder a los desafíos del presente con el
simple anuncio del Dios misericordioso, ese Dios “que hace surgir su sol sobre
los malos y los buenos, y que hace llover sobre los justos y los injustos”.
En
Italia, pero no sólo en este país, fue el cardenal y jesuita Carlo Maria
Martini la persona que representaba esta tendencia alternativa a Juan
Pablo II, a Benedicto XVI y al cardenal Ruini.
En
los Estados Unidos esta tendencia la representaba el cardenal Joseph L.
Bernardin, antes de que el liderazgo de la conferencia episcopal pasara a los
cardenales George y Dolan, muy fieles a Wojtyla y Ratzinger.
Los
seguidores y animadores de Martini y Bernardin ven hoy en Francisco al Papa que
da cuerpo a sus expectativas de revancha.
Y
del mismo modo que el cardenal Martini era y sigue siendo muy popular también
entre la opinión pública externa y hostil a la Iglesia, asimismo sucede con el
Papa actual.
*
El
intercambio epistolar y el sucesivo coloquio entre Francisco y el ateo profeso
Scalfari ayudan a explicar esta popularidad del Papa también “in partibus
infidelium”.
Un pasaje del artículo del 7 de agosto pasado, en
el cual Scalfari le dirigía unas preguntas, nos muestra la idea positiva que el
fundador de “la Repubblica” se había hecho del Papa actual:
“Su misión contiene dos novedades escandalosas: la
Iglesia pobre de Francisco, la Iglesia horizontal de Martini. Y una tercera: un
Dios que no juzga, sino que perdona. No hay condena, no hay infierno”.
La carta de respuesta del Papa Bergoglio, recibida
y publicada, ha sido comentada por Scalfari, quien ha añadido esta otra
consideración grata:
“No se había visto nunca hasta ahora, en la cátedra
de Pedro, una apertura hacia la cultura moderna y laica de esta amplitud, una
visión tan profunda entre la conciencia y su autonomía”.
Cuando afirmaba esto, Scalfari se refería en
particular a lo que el Papa Francisco le había escrito sobre el primado de la
conciencia:
“La cuestión está en obedecer a la propia
conciencia. El pecado, también para quien no tiene fe, existe cuando se actúa
contra la conciencia. Escuchar y obedecer a la conciencia significa, de hecho,
decidirse frente a lo que es percibido como bien o como mal. Y sobre esta
decisión se juega la bondad o la maldad de nuestro actuar”.
El Papa Francisco no había añadido nada más. Y
algunos lectores astutos se preguntaron cómo se podía unir esta definición tan
subjetiva de la conciencia, -según la cual el individuo aparece como la única
instancia de la decisión -, con la idea de conciencia como camino del hombre
hacia la verdad, idea profundizada durante siglos de reflexión teológica, desde
Agustín a Newman, y confirmada con fuerza por Benedicto XVI.
Pero en el sucesivo coloquio con Scalfari, el Papa
Francisco ha sido aún más drástico reduciendo la conciencia a un acto
subjetivo:
“Cada uno de nosotros tiene su propia visión del
bien y del mal, y debe elegir seguir el bien y combatir el mal como él mismo
conciba. Bastaría esto para cambiar el mundo”.
No
sorprende, por tanto, que el ilustrado ateo Scalfari haya escrito que
“compartía perfectamente” estas palabras de Bergoglio sobre la conciencia.
Como
tampoco nos sorprende su acogida complacida de estas otras palabras del Papa,
casi un programa del nuevo pontificado, o sea, “el problema más urgente que la
Iglesia tiene ante sí”:
“Nuestro objetivo no es el proselitismo, sino
escuchar a los necesitados, a los deseosos, las desilusiones, la desesperación,
la esperanza. Tenemos que devolver la esperanza a los jóvenes, ayudar a los
ancianos, abrir al futuro, difundir el amor. Pobres entre los pobres. Tenemos
que incluir a los excluidos y predicar la paz. El Vaticano II, inspirado por el
Papa Juan y por Pablo VI, decidió mirar al futuro con espíritu moderno y
abrirse a la cultura moderna. Los padres conciliares sabían que abrirse a la
cultura moderna significaba ecumenismo religioso y dialogo con los no
creyentes. Se hizo muy poco después en esta dirección. Yo tengo la humildad y
la ambición de querer hacerlo”.
No hay nada en este programa de pontificado que no
sea aceptado por la opinión laica dominante. También
el juicio de que Juan Pablo II y Benedicto XVI han hecho “muy poco” para abrir
al espíritu moderno está en línea con dicha opinión. El
secreto de la popularidad de Francisco está en la generosidad con la que se
concede a las expectativas de la “cultura moderna”, y en la astucia con la que
evita aquello que puede convertirse en signo de contradicción.
También
en esto él se separa decididamente de sus predecesores, incluido Pablo VI. Hay
un pasaje en la homilía del que era entonces arzobispo de Múnich, Ratzinger, y
que pronunció a la muerte del Papa Giovanni Battista Montini, el 10 de agosto
de 1978, que es extraordinariamente esclarecedor, también por su llamamiento a
la conciencia “que se mide sobre la verdad”:
“Un
Papa que hoy no sufriera críticas fracasaría en su tarea ante este tiempo.
Pablo VI ha resistido a la telecracia y a la demoscopia, las dos potencias
dictatoriales del presente. Pudo hacerlo porque no tomaba como parámetro el
éxito y la aprobación, sino la conciencia, que se mide según la verdad, según
la fe. Es por esto que en muchas ocasiones buscó el acuerdo: la fe deja mucho
abierto, ofrece un amplio espectro de decisiones, impone como parámetro el
amor, que se siente en obligación hacia el todo y, por tanto, impone mucho
respeto. Por ello pudo ser inflexible y decidido cuando lo que se ponía en
juego era la tradición esencial de la Iglesia. En él, esta dureza no se
derivaba de la insensibilidad de aquellos cuyo camino lo dicta el placer del
poder y el desprecio de las personas, sino de la profundidad de la fe, que le
hizo capaz de soportar las oposiciones”.
*
Confirmando
lo que separa al Papa Francisco de sus predecesores ha llegado la carta con la
que Ratzinger-Benedicto XVI – rompiendo su silencio tras la dimisión – ha
respondido al libro “Caro papa, ti scrivo” (“Estimado Papa, te escribo”)
publicado en 2011 por el matemático Piergiorgio Odifreddi.
Los
dos últimos Papa dialogan gustosamente con ateos profesos y líderes laicos de
opinión, pero lo hacen de forma muy distinta. Si por su parte Francisco esquiva
las piedras del escándalo, Ratzinger, en cambio, las resalta.
Basta
leer este pasaje de su carta a Odifreddi:
“Lo
que Usted dice sobre la figura de Jesús no es digno de su rango
científico. Si Usted plantea la cuestión como si de Jesús, en fondo, no
se supiera nada y de Él, como figura histórica, nada fuese comprobable,
entonces sólo puedo invitarle, de modo decidido, a que se vuelva Usted un poco
más competente desde el punto de vista histórico. Para esto le recomiendo,
sobre todo, los cuatro volúmenes que Martin Hengel (exegeta de la Facultad
Teológica Protestante de Tübingen) ha publicado junto a Maria Schwemer: es un
excelente ejemplo de precisión y de amplísima información histórica. Frente a
esto, lo que Usted dice sobre Jesús es un hablar irreflexivo que no debería
repetir. Que en la exegesis se hayan escrito también muchas cosas poco serias
es, desgraciadamente, un hecho incontestable. El seminario americano sobre
Jesús que Usted cita en las páginas 105 y siguientes confirman, de nuevo, lo
que Albert Schweitzer había observado sobre la Leben-Jesu-Forschung
(investigación sobre la vida de Jesús), es decir, que el llamado ‘Jesús histórico’
es generalmente el espejo de las ideas de los autores. Dichas formas fallidas
de trabajo histórico no comprometen, sin embargo, la importancia de la
investigación histórica seria, que nos ha llevado a conocimientos verdaderos y
seguros sobre el anuncio y la figura de Jesús”.
Y
más adelante:
“Si
Usted quiere sustituir a Dios con ‘La Naturaleza’, queda la pregunta quién o
qué es esta naturaleza. En ningún sitio Usted la define y parece, por tanto,
como una divinidad irracional que no explica nada. Sin embargo, quisiera sobre
todo señalar que en su religión de la matemática no se consideran tres temas
fundamentales de la existencia humana: la libertad, el amor y el mal. Me
maravillo que Usted, con un solo gesto, liquide la libertad que, sin embargo, ha
sido y es el valor portante de la época moderna. El amor, en su libro, no
aparece y tampoco sobre el mal hay ninguna información. Cualquier cosa que la
neurobiología diga o no diga sobre la libertad, en el drama real de nuestra
historia ella está presente como realidad determinante, y debe ser tomada en
consideración. Pero su religión matemática no conoce ninguna información sobre
el mal. Una religión que deja de lado estás preguntas fundamentales se queda
vacía”.
“Mi
crítica a su libro en parte es dura. Pero la franqueza forma parte del diálogo;
sólo así puede crecer el conocimiento. Usted ha sido muy franco y aceptará que
yo también lo sea. No obstante, en cualquier caso, valoro de manera muy
positiva el hecho de que Usted, mediante su confrontación con mi ‘Introducción
al cristianismo’, haya buscado un diálogo tan abierto con la fe de la Iglesia
católica y que, a pesar de todos los contrastes, en el ámbito central, no
falten del todo las convergencias”.
*
Hasta aquí las palabras. Pero lo que distancia entre
ellos a los dos Papas son también los hechos.
La prohibición conminada por el Papa Bergoglio a la
congregación de los frailes franciscanos de la Inmaculada de celebrar la misa
en rito antiguo ha sido una efectiva restricción de esa libertad de celebrar en
dicho rito que Benedicto XVI había asegurado a todos.
Por conversaciones con sus visitantes, resulta que
el mismo Ratzinger ha visto en dicha restricción un “vulnus” a su motu proprio
del 2007 “Summorum pontificum”.
En la entrevista a “La Civiltà Cattolica”,
Francisco ha liquidado la liberalización del rito antiguo decidida por
Benedicto XVI como una simple “elección prudencial ligada a la ayuda hacia
algunas personas que tienen esta sensibilidad”, cuando en cambio la intención
explícita de Ratzinger – expresada a su tiempo en una carta a los obispos de
todo el mundo – era que “las dos formas de uso del rito romano puedan
enriquecerse mutuamente”.
En la misma entrevista Francisco ha definido la
reforma litúrgica postconciliar “un servicio al pueblo como relectura del
Evangelio a partir de una situación histórica concreta”. Definición fuertemente
reductiva respecto a la visión de la liturgia que era propia de Ratzinger
teólogo y Papa.
Además, siempre en este campo, Francisco ha
sustituido en bloque, el pasado 26 de septiembre, los cinco consultores de la
oficina de las celebraciones litúrgicas papales.
Entre los sustituidos está, por ejemplo, el padre
Uwe Michael Lang, un liturgista a quien el mismo Ratzinger escribió el prólogo
del libro más importante, dedicado a la orientación “al Señor” de la oración
litúrgica.
En cambio, entre los liturgistas promovidos hay
figuras mucho más inclines a secundar el estilo celebrativo del Papa Francisco,
también éste visiblemente alejado de la inspirada “ars celebrandi” de Benedicto
XVI.
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